jueves, 16 de julio de 2009

Los Fantasmas del Accidente Aereo


27 de marzo de 1977 estallaba un pequeño artefacto explosivo en una tienda ubicada dentro de las instalaciones del aeropuerto de Gando, en Gran Canaria. El atentado terrorista –que no provocó ninguna desgracia personal– fue atribuido, en principio, a un conocido grupo independentista canario.
Las autoridades, ante la previsión de otra posible detonación en el aeropuerto, decidieron desviar todo el tráfico con destino a Gran Canaria hacia Los Rodeos, en el norte de Tenerife. Esto dio lugar a una saturación de aviones en las instalaciones tinerfeñas que, con el paso de las horas, rayaría lo insostenible. Además, minutos antes del accidente, se formó una espesa niebla, muy característica de esta zona de la isla. La suma de ambos factores provocó el terrible accidente aéreo entre dos Boeing 747, uno perteneciente a la compañía estadounidense Pan American y otro a la holandesa KLM.

Los hechos se desarrollaron del siguiente modo: la aeronave estadounidense avanzó por la pista esperando la orden para emprender vuelo. La espesa niebla impedía a su tripulación ver más allá de cuatro o cinco metros. Por el extremo contrario de la pista también rodaba el otro Boeing 747, a los mandos del experimentado comandante holandés Van Zanten. Tras recibir una confusa orden de la torre de control –poco audible por las interferencias–, comenzó a acelerar para iniciar la maniobra de despegue. Ninguna de las dos tripulaciones veía a la otra aeronave. La torre de control le indicó al comandante de Pan Am que se desviase hacia la calle tres y, así, dejara libre la pista de despegue para el avión holandés.

El comandante norteamericano vislumbró la calle tres, pero decidió no entrar porque esta maniobra implicaría realizar un giro de más de 90 grados, algo que no le gustaba demasiado. Continuó, entonces, avanzando hasta la calle cuatro y empezó a girar. Demasiado tarde. De entre la niebla surgió el Boeing de la KLM, que estaba ya tomando vuelo, y se produjo el fatal impacto.

El balance no pudo ser más trágico: 583 fallecidos. La «niña fantasma» Semanas después del accidente, empezó a circular el rumor según el cual, durante la ardua tarea de recuperación e identificación de los restos humanos, nunca apareció el cuerpo de una niña (o el de un niño, dependiendo de la versión) que viajaba en el avión. Cuando se desmintió el bulo ya era tarde; había nacido una leyenda urbana.

De todos modos, aunque no faltaron cuerpos por recuperar, diversos testigos afirman haber visto por la zona el espíritu errante de una niña. Incluso hoy en día, treinta años después del terrible accidente, varios militares destinados en una base militar anexa al aeropuerto de Los Rodeos nos confirmaron personalmente que habían sido testigos de la aparición fantasmal de un niño.
Recientemente, localizamos a un joven que estuvo destinado en las instalaciones militares hace unos diez años. El muchacho se encontraba una noche de guardia en la garita, cuando, en torno a las tres de la madrugada, un «niño» cruzó ante sus narices, a tan sólo unos quince metros de donde se encontraba.
«Recuerdo que tenía el cabello oscuro y la piel pálida –nos narró–, aunque con un cierto brillo, y llevaba un camioncito de juguete». Cruzó de izquierda a derecha y se perdió en la negrura de la noche. La observación, según el testigo, duró unos quince o veinte segundos y, poco después, se percató de lo extraño que resultaba que un niño merodease por la zona a tan altas horas de la madrugada.
Entonces le sobrevino cierta ansiedad y abandonó su puesto de vigilancia para intentar localizar al niño, ante el temor de que se hubiera escapado de casa y sufriese algún accidente. Después de rastrear la zona y no encontrar nada, regresó a la garita, a la vez que sentía un malestar cada vez mayor. Llamó al puesto de guardia y contó todo lo sucedido. Inmediatamente un cabo y dos soldados se personaron en el lugar a bordo de un todoterreno. Ante su estupor, se encontraron a nuestro protagonista en el suelo, víctima de una lipotimia. Por suerte, lograron reanimarlo y se olvidaron del asunto.
Al día siguiente, el soldado recibió la orden de presentarse ante un mando de la base militar para dar parte de lo ocurrido la noche anterior. En el despacho, junto a dicho militar de alto rango, se encontraba otro personaje, vestido de paisano y sin credenciales, que en ningún momento se identificó.
Este extraño individuo no paraba de tomar notas sobre la experiencia del soldado. Desde instancias superiores se resolvió que el protagonista de nuestra historia tomara unas vacaciones forzosas. Además, se le recomendó que no comentara lo sucedido. Nuestro informante nunca supo qué tipo de investigaciones llevó a cabo el estamento militar, si es que tuvieron lugar, ni tampoco la identidad del individuo de paisano.

No es el único caso de este tipo en la zona. Hace años que las apariciones de un niño o una niña de aspecto fantasmal es la «comidilla» de los militares de esta base. Otro soldado, en esta ocasión destacado en el terreno militar Las Raíces –zona boscosa cercana al aeropuerto de Los Rodeos–, también pudo observar al presunto fantasma.
Hacia las dos de la madrugada de un día de marzo de 2004 varios militares, entre los que se encontraba nuestro informante, estaban realizando unos ejercicios nocturnos de instrucción, cuando un soldado situado a unos doscientos metros del resto del grupo comenzó a correr hacia sus compañeros, presa de una gran agitación. Sólo repetía «¡He visto una niña, he visto una niña!». Según su descripción, tendría unos siete años, melena oscura y unos intensos ojos azules. Sin más dilación, tomaron la decisión de realizar una intensa batida para buscar a la pequeña, pero no hallaron nada.
A lo largo de nuestra investigación sobre estos desconcertantes sucesos, localizamos a más soldados que también habían hecho guardias en esta zona y aseguraban haber escuchado lamentos y sollozos. ¿Estamos simplemente ante una leyenda urbana o es cierto que por Los Rodeos deambula el espíritu del pasajero de uno de los Boeing? ¿Pueden el cansancio y la sugestión haber jugado una mala pasada a nuestros testigos? ¿Uranio en los aviones? Seis meses después de la tragedia, cuando parecía que las circunstancias del hecho estaban totalmente aclaradas, un químico, Agustín Cabrera, hizo unas explosivas declaraciones a la prensa. Aseguró que entre los amasijos de los aviones accidentados se habían detectado restos de uranio empobrecido.
El propio interesado nos contaba durante una reciente entrevista cómo llegó a tan desconcertante conclusión. Según su testimonio, se encontraba un día en el depósito donde se almacenaban los restos de los aparatos siniestrados, situado en la localidad de La Cuesta, cuando le llamó la atención la gran cantidad de chispas que generaba una sierra radial utilizada por un operario para cortar un trozo de metal. Cabrera aconsejó al trabajador que no siguiera con su labor y se llevó unas muestras del metal para analizarlo. Tras someterlo a diversos estudios, pudo constatar que se trataba de uranio empobrecido. Extremo éste que también pudo ser confirmado por la Junta de Energía Nuclear, organismo que se interesó vivamente por este asunto.
Cabrera nos decía que comprobó con un contador Geiger la existencia de restos de radioactividad al menos a trescientos metros a la redonda del lugar del siniestro.
La explicación generalmente aceptada es que el uranio pertenecía a determinadas estructuras que, a modo de barras, se localizaban en las alas de los aviones, con el fin de lograr una mayor estabilidad durante el vuelo. El uranio es un material pesado y relativamente barato, por lo que perfectamente podría servir para este uso. Sin embargo, aunque empobrecido, se trata de un elemento radioactivo.
La propia Organización Mundial de la Salud admite que este material, inhalado en grandes cantidades, puede provocar graves trastornos para la salud.

Aquel maldito 27 de marzo de 1977, entre supervivientes, policías, voluntarios, periodistas y personal de emergencias, cientos de personas pudieron estar expuestas a los riesgos del uranio. Si este elemento formaba parte del fuselaje de los aviones, también ardió. Al superar los mil grados de temperatura, las estructuras de uranio se descomponen en pequeñas partículas que flotan en el aire. Éstas pudieron ser aspiradas por las personas presentes en lugar y provocar en algunas de ellas, a largo plazo, diversos tipos de cánceres.

No tenemos constancia de que las autoridades llevaran a cabo alguna investigación para verificar si hubo afectados. En su número 1056, una publicación electrónica, Private Eye, mencionaba a un policía español que murió como consecuencia del uranio empobrecido, aunque este hecho nunca ha podido ser constatado.
Otra versión de los hechos, sin duda más arriesgada, apunta hacia el contrabando de uranio a bordo de uno de los aviones.

Agustín Cabrera declaró durante nuestra entrevista que este material sólo se detectó en el avión estadounidense, no en el holandés. También se refirió a un informe de la Boeing que negaba la existencia de estructuras de uranio empobrecido en el fuselaje de las aeronaves. ¿Había un cargamento de material radiactivo a bordo de este avión?

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